Flor de Invierno - Policía Gramatical - RARGHHHH! - Chaufa con Pollo

lunes, 6 de octubre de 2008

Esto es... inesperado.

Gracias a mi papá encontré el discurso que el autor turco Ohram Pamuk dio al aceptar el premio Nobel.
(¿por qué siempre hay alguien que me muestra cosas parecidas a lo que escribo?)
Aquí está:

Escribo porque tengo una necesidad innata de escribir.
Escribo porque no puedo hacer trabajos normales como lo hacen otras personas.
Escribo porque quiero leer libros como los que escribo.
Escribo porque estoy molesto con todo el mundo.
Escribo porque adoro sentarme en un cuarto todo el día escribiendo.
Escribo porque puedo participar de la vida real solamente si la cambio.
Escribo porque quiero que otros, que todo el mundo, sepan qué tipo de vida vivimos, y seguimos viviendo, en Estambul, en Turquía.
Escribo porque adoro el olor del papel, la pluma, la tinta.
Escribo porque creo en la literatura, en el arte de la novela, más de lo que creo en cualquier otra cosa. Escribo porque es un hábito, una pasión.
Escribo porque tengo miedo de ser olvidado.
Escribo porque me gusta la gloria y el interés que escribir conlleva.
Escribo para estar solo.
Quizá escribo porque espero entender por qué estoy tan, tan molesto con todos. Escribo porque me gusta ser leído.
Escribo porque una vez que he empezado una novela, un ensayo, una página, quiero terminarla. Escribo porque todos esperan que escriba.
Escribo porque tengo una convicción infantil en la inmortalidad de las bibliotecas, y en la manera como mis libros están en el estante.
Escribo porque es emocionante convertir todas las bellezas y riquezas de la vida en palabras. Escribo no para escribir una historia sino para componer una historia.
Escribo porque quiero escapar de la sensación anticipada de que hay un lugar al que debo ir pero al que –como en un sueño-, no logro llegar.
Escribo porque nunca he conseguido ser feliz.
Escribo para ser feliz.”

La pluma es más poderosa que la espada (Tema 18)

Sí, ya sé que hace mucho que no escribo. Me faltó la inspiración, mis problemas se pusieron de por medio y miles de cosas más me impidieron presentare aquí. Incluso casi olvidé que tenía Guarden las Palabras, hasta que recibí en mi bandeja de entrada un mail: "Nuevo comentario en Guarden las Palabras". Inmediatamente recordé que tenía que llegar a los 100 temas antes de fin de año, y casi muero del susto. No lo lograré. ¡Tendría que escribir casi un tema por día!
Para cagarla aun más (y los que lean este blog sabrán que es una de las pocas veces que llego a este tipo de vocabulario), creo que asesiné a mi laptop. En serio, la prendo y me da las opciones de "Modo Seguro" y "Iniciar Windows Normalmente" y ninguna de las dos sirve. La pantalla se queda negra, sólo con el puntero.
Para ponerle la cereza al helado (o algo así dice una amiga), el comentario que recibí decía que tenía que seguir escribiendo. Qué alentador (en serio.)
Y si tenemos que agregar algo más, esperen a ver qué tema es éste.
Aquí me tienen. Escribiendo. Y temblando porque acaba de haber un temblor.


Tema 18 (¿cómo, aún no llego a 20?) - Escribir

Tomó un lápiz que encontró en el suelo (nunca faltaban, ella tenía más lápices que las fábricas de Faber-Castell) y uno de los tantos cuadernos que había por ahí, y se puso a escribir.
Era raro que se inspirara, solía ser más bien su amiga Paloma la que escribía, pero cuando se ponía a expresar con palabras todas las locuras de su imaginación adolescente (aunque demasiado madura para su edad) nada la detenía.
Sintió que las palabras salían solas, que no podía detenerse. Era casi mágico.
Entre mordidas al pobre lápiz, que parecía ser de un perro y no de Natalia, y tachones tan violentos que casi rompían el papel, logró inventar algo. Lo leyó una y otra vez, y cambió cosas y cosas. Al final, no pudo verse más satisfecha con su trabajo. Era, a sus ojos al menos, una obra de arte.
Rosas

Sus largos cabellos negros ondeaban con la suave brisa nocturna.
La joven estaba sentada en el alféizar de la ventana mirando hacia el jardín del primer piso, lleno de hermosas flores de todos los colores, sobre todo bellas rosas.
Sin embargo...
Sólo había una solitaria rosa blanca, pálida como la nieve, que resaltaba como la luna en el cielo oscuro, entre todas las demás flores.
Tenía un brillo especial, casi mágico, que sólo era visible por las noches. De día se camuflaba, ocultándose detrás de los rayos del sol. La gente que admiraba el jardín, maravillada con su belleza, rara vez se percataba de la existencia de la tímida planta, y los que la veían decían "¿Cómo es posible que entre tantas rosas tan bellas haya una tan pálida y poco llamativa, que parece haberse quedado atrás al momento de florecer y no ha obtenido la belleza de las demás?"
A su corta edad, al menos para ser ya legal y moralmente una adulta, la chica se había acostumbrado a esos comentarios, pero no le importaban, porque ella sabía que era la única que valoraba la belleza de esa flor.
Recordaba haberla plantado cuando tenía que ponerse en las puntas de los pies para poder alcanzar las perillas de las puertas, y luego haber ido con sus padres, llena de orgullo, a decirles que había plantado algo.
Sólo ella podía regar esa rosa, de lo contrario la testaruda planta se negaba a beber, ya sea el agua más pura y deliciosa que jamás haya existido en la tierra y fuera de ella.
Cualquiera podía decir que la flor dependía de su dueña, y, aunque era verdad, sólo los ojos sabios notaban con facilidad que la dura verdad era otra, la joven era la que dependía más de lo que se pueda imaginar.
La chica había desarrollado un gran sentido de la responsabilidad únicamente gracias a esa flor. Claro, se ocupaba con mucho esmero en cuidar a las demás, pero era esa en especial la que le había enseñado cómo. Pero a la vez se había encariñado con ella, y hubiera preferido morir antes que descuidar a su "pequeño ángel", como le gustaba llamar a la blanca rosa.
Una repentina ráfaga de viento frío, de las que soplan sin previo aviso en medio de las cortas noches de verano, la separó de sus pensamientos, a la vez que la hacía perder el equilibrio, y caer lentamente a los rosales cuyas espinas nunca se habían visto tan amenazantes y peligrosas como en ese momento.
Antes, para ella las espinas de las rosas eran como las garras de un gato: No tenían la culpa de necesitarlas, pero sin ellas era imposible sobrevivir en la naturaleza. No las veía como un peligro, ya que nunca había tenido la necesidad de arrancar una rosa (acto que le parecía inhumano) ni se había pinchado con sus armas de defensa.
"Este es el fin, ¿habré hecho yo algo para que las rosas me quieran herir?" pensó ella cerrando los ojos, que en una persona normal hubieran estado llenos de lágrimas, pero en ella no, pues sabía que si las rosas la herían era porque ella había hecho algo mal. Esperó finalmente el mortal impacto, que, desde los ojos de cualquier espectador, era mortal. Su cuerpo cayó violentamente al suelo, con un fuerte sonido. Fue encontrada algunos minutos más tarde por una mucama, atraída por el ruido, quien no lo pensó dos veces y llamó a una ambulancia, que no tardó en llegar.
En el hospital, después de que varios médicos revisaran a la joven accidentada, fue un brusco golpe mental para todas las mucamas, las cuales le tenían gran aprecio, que no tuviera probabilidades de sobrevivir.
Mientras la recepcionista se encontraba marcando el número del especialista en funerales a quien la clínica acudía en raras pero tristes ocasiones, llegó la última y mayor de las mucamas, con la blanca rosa en una maceta brillando como nunca. En sus sesenta años de vida había trabajado cuarenta en la misma familia y había desarrollado un cariño especial hacia su actual jefa. La conocía perfectamente bien y sabía que si algo la iba a ayudar iba a ser esa flor.
Abriéndose paso entre sus compañeras y los médicos, todos lamentándose, llegó a la camilla de donde, según los doctores, nunca se levantaría.
Dejó la flor sobre la mesa de noche. Tal como esperaba, la joven abrió los ojos azules como zafiros otra vez, y, mirando hacia las mucamas y hacia la rosa, murmuró débilmente "gracias", para luego mostrar una suave pero honesta sonrisa, lo único que sus fuerzas le permitían, debido a todos los razguños y cortes, en su cara como en todo su cuerpo.


He estado esperando una oportunidad de mostrar ese texto (Rosas, no lo que vino antes. Eso lo inventé en diez minutos de romperme el cráneo con bonita música de fondo) y al fin encontré dónde meterlo.

El texto, en realidad, lo escribí a mediados del 2007 (habrá sido primera semana de julio o algo así) para un concurso interescolar de literatura. Por desgracia, no hacía una página y media en word y no imprimí tres copias (ni la hoja de título), así que no entró.
Luego de creer haberlo perdido en la transferencia de archivos de la computadora de mi mamá a mi nueva computadora (mía de mí para mi yo solita, como dicen mis amigas xD), me topé con la gran sorpresa de tenerlo guardado en mi Geocities. Casi bailé de alegría.

Escribo demasiado. Escribo cuentos. Escribo poemas. Escribo en la computadora. Escribo a mano. Escribo el curso de matemáticas. No escribo el curso de inglés. Escribo... hummm... ¿qué más escribo? Bueno, creo que se entiende.
Escribo romance. Escribo aventura. Escribo fantasía. Escribo realismo. No, en realidad no escribo realismo. Escribo burlas. Y escribo aventuras de fantasía y romance irrealista. Sobre todo esas últimas.
Ah, y escribo canciones para el grupo de mi colegio.
Escribo en francés. Escribo en español. Escribo en inglés. Alguna vez escribí en japonés. Escribo estupideces, también.
Escribo porque me obligan. Escribo porque quiero. Escribo porque me enojo. Escribo porque estoy triste. Escribo porque estoy feliz. Escribo porque estoy inspirada. Escribo porque no estoy inspirada. Y la última no me sale.
Escribo en clase. Escribo en mi casa. Escribo a altas horas de la noche, cuando debería estar durmiendo. Escribo en los recreos. Escribo en mis sueños. Y mientras me baño pienso en lo que escribiré cuando pueda. Escribo cuando tengo algo con qué escribir y algo sobre lo que escribir. El primero es el único indispensable, en realidad. Una vez escribí en una servilleta. Y una vez en mi brazo. Y el profesor pensó que estaba haciendo trampa.

Y a veces me pregunto... ¿por qué escribo?
Y después me respondo (¿?)... ¿necesito una razón?


O_O La entrada quedó más larga de lo que esperaba... pero aún así no la voy a cortar.
(Por cierto, el título de la entrada es la traducción al español de una frase que leí en algún lugar, no sé donde. The pen is mightier than the sword.)